*Pocas pistas de atletismo en el mundo son así de hermosas pero, sobre todo, bizarras, como la pista de Villa Olímpica, espacio de practica en los Juegos Olímpicos de México 1968
Aníbal Santiago
Ciudad de México (CDMX).- No es sencillo que un día estemos en el monumento a Abraham Lincoln donde en 1963 Martin Luther King dio el discurso “I have a dream”. Aún más complicado que nos sentemos al escritorio donde Simone de Beauvoir escribió hace ocho décadas El Segundo Sexo, libro estruendoso en la lucha feminista. Y difícil que caminemos en Ahmedabad, en cuyas calles ocurrió en 1930 la Marcha de la Sal que Mahatma Gandhi convocó contra el colonialismo británico.
Pero sí, en cambio, podemos correr en el óvalo de tartán donde entrenaron Tommie Smith y John Carlos, los estadounidenses que el 16 de octubre de 1968, puño enguantado en alto, hicieron el saludo del Poder Negro en la premiación de los 200 metros en protesta por la violencia contra los afroamericanos. La pista de Villa Olímpica, espacio de práctica del atletismo en los Juegos Olímpicos de México 1968 donde esos dos medallistas y cientos de competidores más se pusieron en forma, vive con esplendor en Periférico e Insurgentes Sur, furioso cruce vehicular de la capital del país.
Pocas pistas de atletismo en el mundo son así de hermosas pero, sobre todo, bizarras. En su primera curva, donde los corredores giran a la izquierda tras el disparo de salida, surge una robusta pirámide. Una pirámide, sí, llamada “El Palacio”. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, habituado a matar, en la construcción de esta suerte de ciudad para los deportistas de la justa internacional también aniquiló la mitad norte del edificio prehispánico. Por suerte se salvó la mitad sur del conjunto que los habitantes de Cuicuilco -civilización que pudo alzarlo hace 2800 años- edificaron piedra sobre piedra para que residieran sus dirigentes.
El montículo cúbico, sitio de 24 entierros, es accesible a quien sea y desde ahí se observa en su majestuosidad la pista color ladrillo en que, por 86 pesitos mensuales, cualquiera tiene derecho a correr.
En su otro extremo, el norte, vigila a las y los niños que ahí hacen deporte un acantilado de la piedra volcánica que dejó la erupción del volcán Xitle hace 2 mil años, justo en el florecimiento de la cultura Cuicuilca. Cuando los atletas giran en la tercera curva tienen a su derecha esta formación natural de la que cuelgan enredaderas, cactus, flores, un pequeño ecosistema donde trepan escaladores y que resiste estoico bajo el arrollador monstruo urbano de grandes edificios como el Hotel Radisson Paraíso o Perisur. Pequeño, pero lo habitan mariposas, lagartijas espinosas de collar y algún tlacuache extraviado.
Aquí corre quien sea: una ama de casa de la cercana colonia popular Isidro Fabela que llega bajándose en la estación de Metrobús Villa Olímpica, o bien un ejecutivo de la contigua Plaza Cuicuilco Inbursa que arriba en su auto de alta gama. Y además, la pista forma atletas de alto rendimiento en sus múltiples equipos, como Albatros, dirigido desde hace más de 30 años por el coach Rubén Ordóñez, maestro de corredores multimedallistas: una de ellas, la joven Antonia Sánchez, hoy una de las mejores atletas en 400 metros con obstáculos de México y el planeta.
A un lado de la recta oriente está la pista de aceleración y el foso de arena en que Bob Beamon practicó “el salto del siglo”, de 8.90 metros, récord mundial conseguido hace 54 años y vigente en los siguientes 22 años. “Pista de atletismo Bob Beamon” es el nombre oficial de esta pista administrada por la alcaldía Tlalpan de gigantesco césped al centro, y en cuya curva dos se eleva una enigmática mole verde, rosa, azul y amarilla.
La cosa va así: para los Juegos Olímpicos se creó la Ruta de la Amistad -el corredor escultórico más grande del mundo, de 17 kms y 19 piezas o estaciones- con obras de artistas de los cinco continentes. La novena estación es el Disco Mágico, del escultor de la ciudad de Savannah (Georgia) Todd Williams, extraña estructura colorida de 7 metros de altura que entrelaza tres majestuosas rodajas; de hormigón armado en sus entrañas y muy colorida en su exterior. Es probable que sea un homenaje al Lanzamiento de Disco, un deporte tan antiguo como la Antigua Grecia. Pero si uno se acerca y la mira con detenimiento verá algo muy parecido a un ovni.
Sí, un platillo volador en plena pista de atletismo, por si algo le faltara a esta fantástica elipse atlética del sur de la Ciudad de México.